La otra noche, en un rato extraño de insomnio, una idea se paseó por mi cabeza.
Más de una vez me han preguntado por lo que me da mi sumiso. No sé qué tipo de respuestas espera más de uno, la mía suele ser una:
Todo.
Tengo claro que lo que quieren recibir es una contestación en una línea más morbosa, pero hace tiempo que me salgo de eso y el interés cae en picado.
Por supuesto que siervo me ofrece una realidad, una de la que, sin duda, no podría más que disfrutar.
El otro día bromeaba con él, le decía que a veces sacaba a mi quinceañera interior (tranquilo, sumiso. Baja la ceja que no iré por ahí…).
¿Os imagináis a un adolescente en una tienda de golosinas en la que le dicen que puede coger cualquier cosa?
Pues de alguna manera me vi en una, rodeada de un montón de estanterías, repletas de cajas con toda clase de golosinas, entre ellas todas mis favoritas.
Siervo me dice: "coge todo lo que quieras…"
Y lo hago. Probablemente, más de lo que pudiera comer.
Cuando ya me ve complacida, se acerca y tira de mi mano.
Me arrastra hacia una puerta en la que no había reparado. Al cruzarla una sala nueva, más grande que la anterior. Más estanterías, más chucherías, todas diferentes.
Algunas no me llaman la atención, pero él me ofrece probarlas. Descubro algo nuevo que me sorprende y me gusta a más no poder.
Sin duda, siento que toco el cielo. Creo que no puedo querer nada más. No puede ser mejor…
Entonces viene, sus brazos me abrazan y me transmiten toda la paz del mundo.
Dirige mi vista…
… Otra puerta …
Y si habéis conseguido seguir esta metáfora, entenderéis mi respuesta del comienzo de este post.
Mi sumiso me lo da todo. Hasta lo que ni yo misma esperaba que pudiera existir.
Incluso esas cosas que jamás pensé que iba a disfrutar o que ni siquiera se pasaron por mi mente.
A veces soy yo la que las descubre y se las planteo. Otras lo hace él y en ocasiones, nos encontramos los dos hablando de ellas sin saber muy bien como hemos llegado a ese punto.
Está claro que podemos tenerlo todo. Solo tenemos que quererlo.
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