8 may 2024

Rutinas.

Podría hablar de muchas de las sensaciones que experimento cuando estoy con mi sumiso. Creo que hasta sería capaz de hacer un catálogo con ellas e identificar muchos de los momentos que las provocan.

Pero, hay una que disfruto desde hace relativamente poco, si no recuerdo mal, octubre del año pasado.

Mi viaje con siervo es una aventura constante. En cualquier instante me descubro disfrutando de algo que ni me había planteado y en momentos en los que nunca hubiera pensado encontrar placer.

La primera vez que le vi arrodillarse a mis pies mientras me desmaquillaba fue extraño. Ese siempre había sido un momento de “intimidad”. Yo lo hacía y la otra persona me esperaba. Sucedía así en otras relaciones y también con él.

Así que aquel gesto, que salió por su propia voluntad, fue recibido por sorpresa por mi parte. Recuerdo esa primera vez como algo mágico. No hicieron falta palabras. Mientras yo seguía mi rutina, sentía el calor de sus manos y de su boca en mis pies y en mis piernas.

En algún momento intercambiamos ciertos gestos de cercanía. Caricias, miradas… sonrisas. En el fondo, necesitaba creerme que aquello era verdad.

Desde esa primera ocasión, se ha repetido en cada uno de nuestros encuentros. Hay cosas que surgen sin más, y lo hacen para quedarse sin que haga falta hablar de ello.

Ambos las disfrutamos, lo notamos y nos negamos a dejar de compartirlas.

Poca gente entenderá que en un acto aparentemente tan pasivo, alguien pueda encontrar placer. Y realmente no sé si esta es la palabra que mejor lo define.

Sé que cuando se produce, veo mi reflejo en el espejo y aun con lo extraño de tener la cara llena de diferentes productos, no dejo de sonreír en ningún momento.

A veces me paro, simplemente, a observarle. Alguna vez hemos cruzado nuestras miradas y compartimos esa sonrisa, otras ni eso. Pero no hace falta. Sé que ambos estamos donde queremos estar. De una manera simple y natural: yo arriba, y él abajo, pero unidos. Quizás más que en otras cosas con otra intensidad o calor.

Siento una extraña sensación de paz. De no desear estar ni en otro sitio, ni de otra forma. De compartir algo tan profundo que cuesta creérselo.

Antes, aceleraba este momento. Iba a toda prisa y a veces sin respetar incluso los pasos necesarios para no hacer esperar, como si robara el tiempo a algo más importante.

Ahora el reloj da igual. Creo que hasta lo alargo más de lo necesario.

Lo mejor de todo esto, es que, evidentemente, esta rutina es algo que hago a diario. Pero ya nunca estoy sola. En la intimidad de mi baño, cada vez que me planto delante del espejo para desmaquillarme, le siento cerca.

No le veré a mis pies, pero sí que está ahí. Ese calor de sus manos, de su boca, besándome…  Le tengo ahí.

Podremos compartir muchas cosas. Lo hacemos. Algunas que serían consideradas de “alta tensión” y ya veis… Si me dan a elegir, probablemente, me quedaría con una de estas. En la que ni siquiera nos miramos.

Solo, nos sentimos.

 


 

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