Hoy es el día de la Constitución. Piedra angular de nuestro ordenamiento jurídico para unos, corsé anticuado para otros, arma arrojadiza para casi todos. Pero más allá de esas polémicas, puede ser un buen día para hablar sobre derechos y libertades. Algo que siempre está bien y resulta especialmente curioso, por lo paradójico, si es un sumiso quien lo hace.
En las relaciones D/s, los derechos y
libertades están bastante claros desde el principio. Al menos a priori.
La parte Dominante tiene todos los derechos y prerrogativas, mientras
que la parte sumisa sólo tiene derechos y se queda sin libertad. La
palabra de quien domina es ley y la voluntad de quien se somete no es
otra que la de servir. Y estando así de claras las cosas, podríamos
terminar ya aquí este post, porque ya tendríamos escritas unas líneas
más acerca de una verdad monolítica a la que, eso sí, poco habríamos
aportado.
Quizás esto es lo que yo mismo habría
escrito, con total convicción, hace unos cuantos años. Para mí, las
cosas estaban tan claras como las he dibujado en el párrafo anterior.
Como sumiso, no sólo asumía mi absoluta falta de derechos, sino que la
percibía como una deseable bendición. Sí, sí, lo admito... no tener
derechos (o pensar en no tenerlos) me ponía mucho. Y por lo que respecta
a la posición de la parte dominante, lo cierto es que no me preocupaba
demasiado. En el fondo, ¿por qué iba a preocuparme de quien lo tiene
todo, de quien lo puede todo, de quien tiene todo el poder?
Hoy
no lo veo así. Hoy pienso en la paradoja de la libertad, que es una
idea sobre la que se ha escrito mucho, en otros ámbitos, y a la que creo
que podemos acercarnos también desde la óptica de la D/s. Porque yo soy
libre. Más libre que nunca. Y eso que llevo un collar que indica que
pertenezco a otra persona. Un collar cibernético que acompaña mi nick y
me marca como su propiedad. Un collar de perro que se cierra alrededor
de mi cuello cuando estamos juntos. Y sobre todo, lo más importante, un
collar interior que me recuerda siempre que soy suyo y que, al ser suyo,
soy yo. Porque ahí es donde encuentro mi libertad: la libertad de ser
más yo mismo de lo que nunca antes lo había sido.
Tengo
esa convicción de plena libertad desde que soy suyo. Y la tengo en todo
momento. Es más: diría que la siento de una forma más intensa cuando
más visualizo mi sometimiento. Si estoy desnudo en el suelo, con la cara
apoyada en el empeine de sus botines, en una clásica posición de
evidente servitud, me siento más libre que nunca. Me bajo al suelo para
poder volar. Otra paradoja, vaya.
Por si esto
fuera poco, tengo mis derechos. Aunque no estén recogidos en ninguna
ley. De hecho, creo que ahí es donde está su magia, porque no se trata
de derechos preestablecidos, sino que son concesiones voluntarias y
constantes por parte de Mi Dueña. Cada derecho es un regalo. Porque
todo, con ella, es un regalo. Un regalo precioso.
Y
para acabar de rizar el rizo, resulta que los Dominantes, esos seres a
quienes yo presumía titulares de toda suerte de derechos y liberados de
cualquier obligación, resulta que sí tienen obligaciones. Las que ellos
mismos se imponen, claro está, pero que resultan en el fondo necesarias
para vivir con plenitud (también ellos) una relación como ésta. Al menos
así vive Mi Dueña la nuestra, generándose obligaciones constantes de
las que, eso sí, también disfruta.
Pero al
final resulta que las cosas no son tan claras como a mí me parecían. No
todo es blanco y negro. No todos los derechos están de un lado ni todas
las obligaciones están del otro. Quizás sí lo estén en las novelas, en
las películas o en las ensoñaciones, como las que yo mismo tuve, pero
esos mecanismos no funcionan así en el mundo real, en el que una amplia
variedad de grises sustituye -afortunadamente- a la división
supuestamente quirúrgica entre el blanco y el negro.
Mi
Dueña me dijo que escribiera un post para hoy. ¿Era una orden o una
autorización?, ¿me imponía una obligación o me regalaba un derecho? En
mi opinión, está bastante claro.
el_siervo[AI]
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