24 may 2023

El Paraíso Sueco.

–         ¿Voy a ir a Ikea, te vienes conmigo?

Siempre dispuesto a jugar y a pasar un gran rato, sin imaginarse todo lo que puede estar por venir.

Al llegar la hora acordada le veía esperando, y una sonrisa cruzó por su cara mientras yo atravesaba aquella puerta giratoria.

Los saludos correspondientes y mi más sincero agradecimiento por acompañarme en aquella, aparentemente, aburrida tarea.

Cuando nos disponíamos a subir por las escaleras, le detuve un instante. Saqué de mi bolso una bolsita.

-         Ve al baño y ponte ambas cosas.

Un breve suspiro antes de dirigirse a los aseos. Habíamos ido a jugar, y aquello solo acababa de comenzar.

Al regresar a mi lado, me devolvió la bolsa, que rápidamente guardé para dar comienzo a nuestra visita.

No podía evitar mirarle mientras paseaba por la sección de cocinas. Se le veía bastante tranquilo, así que me pareció una gran idea sugerirle que revisara los cajones más bajos de una de las exposiciones por las que atravesamos.

Vi cómo se doblaba para hacerlo, mientras me miraba juguetón, intentando salvaguardar su bienestar.

Me acerqué para susurrarle:

-         ¿No tendré que decirte como tienes que hacerlo para que sientas bien lo que llevas dentro, verdad?

No sé qué fue lo que vio en mis ojos, pero a continuación cambió su postura, poniéndose de cuclillas, de nuevo buscó mi mirada para asegurarse de que eso me satisfacía más.

Y así era, al menos, mientras repitió aquel gesto y comprobaba uno por uno todos los cajones de aquella pequeña cocina.

Seguimos atravesando sección por sección. Al llegar a la destinada los salones, no pude evitar probar uno de esos grandes butacones. Me senté cómodamente mientras él adivinó que era de rodillas donde le quería.

Así que sutilmente, y con toda la delicadeza del mundo, de una manera distraída para los ojos ajenos, se colocó delante de mí y fue bajando poco a poco, sin que nada separase su mirada de la mía.

Un breve instante fue lo que sus rodillas se posaron sobre aquella alfombra de atrezzo, pero el suficiente como para acariciar su mejilla agradecida y que pudiera besaba el dorso de mi mano.

Entre pasillo y pasillo, siempre había algún momento para colocarme delante de él, y rozar mi trasero por su pelvis. Un gesto agradable, que me permitía sentir la tensión que provocaba aquella jaula que un rato antes se había colocado.

Pocas veces he paseado por aquel establecimiento sin ningún interés en comprar nada, pero sin duda estaba resultando muy entretenido.

Al llegar a uno de los últimos apartados, uno que simulaba un pequeño apartamento con todas sus estancias bien colocadas, tuve necesidad de más cercanía. Así que aprovechando la relativa soledad que nos ofrecía, me paré a besarle. Algo de lo más normal, pero que dada la situación y la oportuna visita de mi mano a su entrepierna, provocó los primeros y dulces suspiros de su boca.

Me encantaba tenerle así, enjaulado por delante y lleno por detrás. Disfrutando de un rato tan común pero con tantas diferencias.

Dejamos la zona de exposición para meternos en la de complementos. Atravesábamos una y otra, y en su cara se adivinaba la intriga por intentar averiguar en qué momento se me podría ocurrir algo más.

Fue al llegar a la zona de los cojines, donde la inspiración me hizo darle un azote en el trasero.

Hay tanto de especial en esos gestos casi cotidianos, que aunque se realicen con cierto público, pasan por ser naturales y no cualquiera percibe la complicidad y la intensidad que hay en ellos.

Pero para él, no era algo simple. Aquello solo encendía una mecha muy corta y que era el preludio de lo que a ambos nos apetecía.

Lo vi en su mirada, y no pude evitar reírme.

-         ¿Es eso lo que te quieres ahora?

-         Eso y que me ponga a “morder cojines”, Señora.

Aquella respuesta amplió mi sonrisa, aunque duró lo justo. Al darme la vuelta comprobé que detrás de nosotros había un dependiente de la tienda cuyos ojos nos miraban muy abiertos.

Jugar con cierto fuego tiene sus peligros, y más cuando no se puede controlar todo. Era evidente que nos había escuchado, pero su profesionalidad le mantuvo callado, a la par que sonriente.

El color rojizo en las mejillas de mi acompañante, duró hasta traspasar la zona de iluminación. No sabría decir si alguna de esas bombillas podía competir con aquella luz tan especial.

Aquel paseo estaba a punto de llegar a su final. Mientras esperábamos en la caja para pagar las cuatro cosas que había cogido, me fijé en su cuello. Aquella camisa que llevaba permitía verlo como si de un objeto más se tratase… y me entró un hambre especial, no pude evitar morderle. Algo rápido, de nuevo sutil e imperceptible, pero que le hizo comprobar que mis ganas también habían crecido en el tiempo que dedicamos en aquel trayecto.

Antes de salir, volví a darle la bolsita que llevaba en mi bolso. Era hora de regresar al baño y sacarse el plug para poder continuar nuestro camino. Unas indicaciones extras. Le quería caliente, más aún. Una breve retirada de la jaula para dejar respirar la presa y llevarla hasta ese punto de “no retorno”, donde tantísimo cuesta detenerse. Peticiones que no son tan sencillas de cumplir en ciertos estados, pero que sin duda siempre son respetadas.

Al llegar al parking, con muchísima más discreción, pudimos estar más cerca el uno del otro. Pegada a él, le agradecí lo bien que se había portado, y busqué que su excitación subiera aún más con mis caricias.

-         Podría permitir que te sacaras la jaula en el coche… y darte cierta “libertad”. Pero, quizás, ¿prefieres mantenerla e ir a otro destino?

-         ¿Dónde quiere que vayamos, Señora?

Aquella mañana de compras aún no había terminado. Y lo mejor estaba por pasar…

****

Este relato está inspirado en hechos reales. Algún añadido extra para darle sentido a la historia, pero la motivación y las sensaciones son las mismas.

Y también hubo una segunda parte, pero ¿que sería de los “secretos” si hubiera que compartirlos…?

Gracias al ejecutor, por la confianza y por la visita al Ikea. Ya no lo veré con los mismos ojos.

 

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