30 jun 2021

Paseo de las Delicias.

 

Estoy escribiendo un post, suena mi teléfono.

Has tenido todo el día para enviarme un correo y lo haces en este momento en el que no quiero desconcentrarme más de lo necesario y poder plasmar algo medianamente coherente.

Y yo, que no dejo de tener necesidad de sentirte cerca, cojo el teléfono y abandono todo lo demás.

Uno más, el 309.

Diría que es un correo serio, aun calibrando lo que hemos vivido hace unos días.

Y si, me encanta esta parte tuya tan reflexiva y seguro que cuando leas este post, ya la habremos comentado como se merece...

Pero al leerte tan serio, mi mente se ha ido a uno de esos momentos compartidos, uno donde por fin hacíamos algo que a ambos nos apetecía mucho.

Muchísimo, a juzgar por la intensidad con la que lo hicimos.

Se me pone la carne de gallina al recordarlo. Tu mirada, tus gemidos, cada centímetro de tu piel siendo mío.

Creo que llevo grabado el tacto de tus caderas en las yemas de mis dedos. Incluso puedo sentir el calor de tus nalgas, que había azotado un rato antes, al pegarse con cada movimiento en mi estómago.

Esa sensación de que dejamos de controlar el tiempo, de que se perdía entre nuestros dedos que en algún momento se entrelazaron.

Saber que aunque aquello se acabaría, se nos iba a marcar muy dentro.

Sentir las ganas que nos sorprendieron cuando el agotamiento mandaba, necesitar volver a disfrutar de aquello de una manera más salvaje e intensa.

Siendo más nosotros, más unidos y compenetrados. Permitiéndonos llevar un poco más lejos esa locura que compartimos.

Y aun cuando dejemos cosas atrás, aunque sea en momentos o en asuntos determinados, seguirán jodidamente presentes...

Esas y todas las que pudimos compartir en aquel paseo de las delicias. 

 


 

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