17 mar 2021

Clases Particulares

Cuando entró en aquella enorme aula, parecía seguir un ritual propio.

Colocando papeles encima de su escritorio. Quizás haciéndose un guion más o menos mental de todo lo que tendría que plantear a lo largo de su exposición.

Los asientos empezaban a llenarse. En ciertos momento conversaba con alguno de los alumnos que llegaba, su semblante seguía siendo serio pero a la vez muy cordial.

Tenía muy asumido donde se encontraba y se desenvolvía con soltura.

Y allí estaba yo, sentada en una de las últimas filas y con una compañía necesaria para lo que tenía pensado.

Quedaba poco y en breve la clase daría comienzo, saqué el móvil del bolso y le escribí un mensaje:

“En ser cabrona no podrás suspenderme, veremos si tú apruebas con nota esta noche.

Espero que la corbata que llevas puesta, aguante los paseos que quiero darte a cuatro patas”.

Pude verle coger su teléfono de encima de la mesa, y como su cara cambiaba al leer el mensaje. Era muy divertido sacarle de esa zona de confort que tiene tan asumida.

Levantó la cabeza buscando esa cara que esperaba encontrar, pero alguien se le acercó e interrumpió su propósito.

Sonó un timbre de fondo, se colocó en medio del aula y empezó su exposición.

Me gustaba verle, casi desde las sombras. Reconozco que no entendía nada de lo que planteaba,  estaba disfrutando de contemplarle en ese papel tan rutinario para él pero tan diferente para mí.

Concentrado, profesional pero a la vez con un punto que lo hacía divertido. 

 

Una de las personas que tenía sentadas delante de donde yo me encontraba levantó la mano, una bendita coincidencia que hizo que me localizará entre todas aquellas personas.

Compartimos una breve mirada, una sonrisa tímida que no debía ser percibida por los demás, y otra aún más rápida a mi acompañante, antes de contestar la pregunta que le planteaban.

La clase continuó tranquila, él seguía desenvolviéndose con soltura. Intercambiando miradas rápidas, quizás en su mente se barajara alguna posibilidad que no estuviera en la mía. 

Probablemente esa falta de control no le dejara estar tan tranquilo como debería, pero no permitía que se notara. Aunque nunca antes le había visto en aquella situación, estaba convencida de que aquella clase no resultaba diferente para los demás, pero si para él.

Metí de nuevo la mano en el bolso, en ese momento si que vi como se tensaba, y alargué aquel instante un poco más de lo necesario. Que gusto da cuando alguien cree que puedes ser más mala de lo que tú intentas serlo realmente.

Cogió aire cuando vio que lo que salía de mi bolso, sólo era una caja de caramelos, que dulcemente compartí con mi acompañante. Me costó contener una carcajada, pero sin duda no era el lugar adecuado.

El tiempo pasó demasiado rápido y la hora estaba finalizando. Dio paso a unas cuantas preguntas y despidió la clase.

Poco a poco la clase se fue vaciando, mi acompañante y yo esperamos discretamente a que ya casi no quedara nadie para bajar aquellas escaleras que nos acercaban.

Cuando ya estábamos a solas nos saludó más formalmente. Ambos comentaron algo sobre aquella situación y yo les observaba entretenida. Cuando se dieron cuenta de que no estaba participando en la conversación, me miraron intrigados.

Yo sonreí, le pedí a mi acompañante que sacara lo que había en la bolsa que llevaba y que me había encargado que cogiese al salir de nuestro apartamento un rato antes.

Poco a poco sacó la otra bolsa que había dentro, y de ella aquellos plugs de diferentes tamaños, uno bastante grande y otro más sencillito. Ambos unidos entre sí con una cadena.

Ver sus desconcierto fue simplemente delicioso y con una sonrisa que me llenaba la cara les dije:


“Bueno… Habrá que empezar la clase práctica ¿no? Lleváis mucho aprendiendo la teoría.”

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