15 abr 2020

Vigas Compartidas (2ª Parte)


Por elección popular, a través de una encuesta en mi twitter, esta es la entrada que ha sido elegida para que continúe... Ya me diréis si os apetece una tercera parte.


Podéis leer la primera parte aquí.

*** *** *** ***




Sentada en aquel butacón observaba como poco a poco se iban quitando la ropa con cierta vergüenza.

De reojo miraban aquel dildo doble que había dejado sobre la mesa.

Era muy curioso observar como a pesar de ser tan diferentes tenían muchas reacciones y maneras muy comunes.

Resultaba muy agradable tenerlos desnudos, allí esperando cualquier palabra o gesto, colocados milimétricamente en la misma postura, con las manos pegadas a los muslos, sin que hubiese hecho falta decir nada. 

La luz del fuego de la chimenea reflejaba en sus cuerpos, dibujando cada una de sus luces y sus sombras.

Permanecí un rato sentada, observando sin decir nada. Viendo como trataban de mantener la mirada y una deliciosa cara de incertidumbre.



A veces el tiempo resulta mucho más largo de lo que realmente es, y por mucho que quieras alargar ciertas cosas la realidad es que las ganas de usar lo que es tuyo te apremian a hacerlo.

Me levante y busqué entre todo lo que había encima de la mesa un par de mosquetones que colocar en las cuerdas que habíamos colgado en una de las vigas que cruzaba el salón. 

Les pedí que movieran el sofá principal para tener el espacio necesario y poder moverme sin estorbos. 

Mientras lo hacían me acerqué a la mesa, sus collares estaban uno al lado del otro. Sonreí al ver como mi sumiso se había molestado en aquel pequeño detalle, y no dejé de hacerlo mientras los ataba en sus cuellos, creando un momento único aun por más que fuera repetido. Pero aquel tenía algo muy especial, era la primera vez que lo hacía teniéndoles juntos.

De nuevo en la mesa, cogí dos pares de muñequeras que no tardé en colocar en cada una de sus muñecas, llevando a uno de ellos a uno de los mosquetones que antes había colocado y levantar sus brazos y sujetarlo en el. 

Recorrí su cuerpo con mis dedos, revisando cada uno de los lugares que ya conocía, sintiendo como su piel se erizaba con el contacto de mis yemas. 

Mientras lo hacía, miraba a mi otro sumiso, que permanecía totalmente inmóvil. Mirando, aun desde su seguridad, aquella escena que probablemente reconocía de nuestros encuentros


-         ¿Me traes a lola, por favor?
-         Sí, Mi Dueña.


Fue hacía la mesa y eligió a mi fusta favorita, que una vez más sería la elegida para aquel momento. 

Cuando me la entregó, cogí la argolla de su collar y lo llevé a una distancia adecuada. Una en la que pudiera ver bien todo lo que iba a pasar. 

-         Arrodíllate. 

Me coloqué detrás, para poder observar a quien no dejaba de mirar, colgado de aquella magnifica viga.

No quería perderme ningún detalle de lo que pudieran ofrecerme mis dos sumisos en aquella situación. 

Llevé mis dedos a la boca de mi sumiso, rápidamente la abrió para que los metiera dentro y pudiera jugar en ella, y eso hice un buen rato. Inspeccionándola como si no la conociera, follándomela en algunos momentos, sin dejar de mirar como mi otro sumiso trataba de contener una sonrisa y no podía evitar morder sus labios en un gesto de necesidad. 

Tirando del pelo de mi sumiso, eché su cabeza hacia atrás.

-         Abre la boca. 

Dejé caer un hilo de saliva, que no tardó en recorrer su garganta.

Clavé mi mirada en los ojos de aquel sumiso que aun esperaba impaciente. Me acerque a él, y rocé sus labios con mis dedos. No tardó en abrir la boca esperando algo que no llegaría… 

Sonreí, acaricié su cara con mi fusta. 

-         Para ti tengo preparado algo diferente. 

Me separé y por fin sentí aquel sonido tan especial que sólo puedo escuchar cuando la lengüeta de mi fusta favorita acaricia como ella sabe la piel de mis sumisos. Aquel que precede a ver como toda su piel se tensa de una manera especial esperando recibir muchas más de sus caricias.  Ese sonido que nunca me cansaré de escuchar.

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