31 mar 2024

Reflexiones con Sara.

 Ayer pasé la tarde con mi amiga Sara.

Ella es sumisa, con una divertida y sana maldad. Una de esas personas con las que puedo contar cuando necesito soltar lo que llevo dentro, sabiendo que no va a haber juicios por su parte.

Poca gente entiende, que, aunque no tengamos una relación D/s tenemos toda la confianza del mundo para que haya cierta protección, pero mutua.

Nos juntamos y tomamos algo, cotilleamos tiendas (en las que me hizo pecar) y sobre todo desestresarnos de un mes que ha sido bastante malo para ambas.

En un momento dado, hablando de la normalización de este mundo que nos une y de la falta de libertad que supone a veces no poder hablar abiertamente de ciertas cosas, le comenté una de esas situaciones que a veces me planteo:

En varias ocasiones, cuando siervo y yo nos hemos visto en Madrid, lo hicimos en un barrio céntrico. Cuestiones logísticas lo hacen necesario.

Casualmente en el, viven familiares míos.

Bastantes veces he bromeado con la posibilidad de encontrarnos con alguno de ellos y de cómo responderíamos.

No hace falta aclarar, espero, que estos familiares, no conocen esta afición mía, y mucho menos, están al tanto de mis viajes a la capital para estos menesteres.

Reconozco que este riesgo, tiene algo de divertido, pero a la vez te hace replantearte cosas.

No hace mucho, tuve un sueño:

Me encontraba con mi sumiso en una cafetería. Él estaba en el baño, y mientras yo esperaba, aparecía mi primo que se sorprendía de verme allí. Yo trataba de verbalizar una excusa lo más creíble posible, pero quedaba en evidencia cuando siervo volvía del baño y que al cruzarse con mi primo, no solo se convertía en cómplice necesario, sino que, además, se saludaban dejando constancia de que se conocían.

Ni que decir queda que me desperté con un pequeño infarto.


 

Vale, es un sueño, pero ¿y si algo parecido sucediera?

Lo de la cafetería es perfectamente normal y aunque no somos explícitos en estas situaciones, tampoco evitamos que se note la cercanía que nos une. Si alguien “de fuera” nos viera, es sencillo que la percibiera y se diera cuenta de que ahí “pasa algo”.

Le decía yo a Sara, si me pasa eso, si me encontrara con mi primo, creo que le diría “Es lo que parece, pero… (nombre de mi pareja)… lo sabe”

Porque claro, es mucho más fácil aparentar ser infiel, o pareja abierta a confesar que tienes una relación sadomaso (tengo serias dudas del conocimiento de este primo en estas artes, pero tampoco ganas de comprobar hasta dónde llega).

Y mira que llego a ser bien abierta en otras situaciones sociales, hay amigos que lo saben, incluso mi hermana… Y soy una gran defensora de la libertad de cada uno…

Pero “bla, bla, bla”.

Sé que, si algo así ocurriera, no me pondría a explicarle a mi primo la realidad de mi relación con siervo. Y que, si sucediera lo de mi sueño, mi vergüenza sería aún mayor.

Si salir corriendo fuera una opción, creo que la valoraría seriamente, aunque no sirviese de nada.

Aun así, juego con fuego. Podría limitar nuestros encuentros a la privacidad del apartamento elegido, pero no evito exponerme a este riesgo.

¿Por qué? No lo tengo claro. Sé que no hago nada malo y esconderme sería como aceptar que sí que lo es.

Sin embargo, el hecho de pensar en tener que ser un tanto abierta y compartir esta realidad con ciertos terceros, no me resulta fácil.

… Primo, ¿Has visto 50 Sombras de Grey? Pues verás… Yo soy Grey, sin helicóptero ni cuarto rojo del dolor… Y él… Él es Anastasia.

No parece tan complicado ¿Verdad?

Me planteo que, si el BDSM estuviera más normalizado, si lo sacáramos de ese cuarto oscuro y turbio que lo rodea, podríamos admitir sin miedo que no deja de ser una parte más de una sexualidad como cualquier otra.

Algo que se disfruta de una manera lo más sana posible y que nos llega a hacer realmente felices, porque al menos, en mi caso, es así.

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