4 nov 2020

Otros 14 del calendario.

Le esperaba detrás de la puerta. Podía escuchar como subía por las escaleras.

Llamó al timbre y aunque estaba al lado, esperé un poco para abrir, siendo también consciente de que él estaría tratando de escuchar cualquier cosa.

Cuanta intensidad se recoge en esos momentos previos y que poca importancia solemos darles siempre.

Allí estaba, detrás de una puerta que me moría por abrir, y esperando un poco para alargar mas ese momento.

No sé a cuál de los dos se nos hizo más eterno, pero no pude prolongarlo tanto como mi cabeza había deseado, tomé la manilla de la puerta y abrí.

Poco tardé en tener sus ojos mirando intensamente los míos, diría que hasta sonreían e imagino que los míos harían lo propio, sin embargo este cruce de miradas apenas duró lo que dura un instante, su mirada bajó mas allá de mi cintura para comprobar que le esperaba con un strap puesto.

En ese momento sus ojos volvieron a buscar los míos tratando de encontrar una respuesta, y entonces de manera totalmente consciente sonreí juguetonamente mientras daba unos pasos hacia atrás y le permitía entrar y que pudiese cerrar la puerta.

Buenas tardes, Mi Dueña.

Hola, Mi sumiso… ¿A qué esperas?

No tardó nada en estar de rodillas y abrir la boca.

Y yo menos en acercarme para dejarle la punta de mi strap lo suficientemente cerca para que pudiera sentirlo en sus labios.

¿Es esto lo qué quieres?

Le dije al mismo tiempo que empujaba aquel dildo hasta lo más profundo de su garganta y agarraba su cabeza para contemplar desde arriba un movimiento que cada vez se aceleraba un poco y que no tardé en acompañar con mis caderas.

Notaba su ansiedad en sus manos, que en algún momento se habían agarrado a mis muslos. Sus yemas apretaban mi piel transmitiéndome esa mezcla de placer con entrega.

De nuevo el tiempo se hizo inexistente, no podría decir cuánto llevábamos en aquella situación y aunque su boca no parecía cansada mis ganas siempre controlan lo que me apetece en cada momento.

Le pedí que se desnudara. Se quitó el abrigo, dejándolo caer al suelo ya que no había otro sitio donde dejarlo, y en un extraño ritual prosiguió por los zapatos, los calcetines, los pantalones…

Cuando le llego el turno a la corbata, la aflojó lo necesario para poder quitarse la camisa y dejársela puesta.

Algo que le agradecí mientras tiraba de ella por aquel pasillo que separaba la entrada del salón.

Cogí el bote de lubricante que un rato antes había colocado estratégicamente encima de una de las mesas y mientras le dirigía al sofá le pregunté:

¿Lo qué viene ahora te apetece mucho más que chupármela, verdad?

0 comentarios:

Publicar un comentario