Jornadas Recientes

Tener las llaves de su casa es algo que da mucho juego.

A veces me gusta ir allí sin que se lo espere y sorprenderle.

Y otras llegar y observar cómo ha preparado todo con detalle, sin dejar nada al azar. 

Aquel día había decidido pasar la noche allí y no le había avisado. Llevé algo de comida, para que no se tuviera que molestar en hacer la cena y coloqué esa fusta que tanto le gustaba en la entrada de su casa. Al abrir la puerta sería evidente que estaba allí.

Encendí unas velas, incienso y me tumbé en el sofá para hacer tiempo.

Cuando salió de trabajar, como cada día, me llamó para charlar un rato. Aquel momento formaba parte casi de un ritual. Lo que él no podía imaginarse es que ya le estaba esperando.

Cuando me avisó de que entraba en el garaje para aparcar, me dirigí al baño... abrí la ducha y tras desnudarme me metí dentro.

El agua muy caliente caía sobre mí, relajándome para lo que tenía pensado.

Sentí la puerta de entrada abrirse… Me imaginé su cara… 

-         -  ¿Mi Dueña?

Sus pasos se dirigieron rápidamente al baño según escucho el ruido de la ducha.

-          - ¿Me enjabonas? Le dije mientras sacaba la esponja por la mampara de la ducha.

Observé no sin poca diversión como trataba de quitarse la ropa lo más rápido posible, ocasionándole algún tropezón que casi le hace probar el suelo.

Entró en la ducha y le di la esponja.

Creo que nunca había tardado tanto en tener espuma por todo el cuerpo.

Su mirada intentaba centrarse en mis ojos, pero no siempre lo conseguía y cuando notaba que yo me daba cuenta buscaba el suelo de la ducha para recomponerse y volver a su sitio habitual.

Cuando terminó, cogí la manguera de la ducha y empecé a quitarme todo el jabón mientras el permanecía inmóvil, sujetando aun la esponja entre sus manos.

Ya no quedaba espuma, y su mirada permanecía firme pero su cara revelaba otras cosas.

-        -  ¿Puedes tumbarte, por favor?

Me encanta ver cómo cambian sus expresiones, aun cuando intenta no inmutarse y parecer digno.

Se tumbó en el suelo de la bañera, y permanecí un rato disfrutando del agua caliente, que al caer le salpicaba entero.

Cerré el grifo del agua, y me quedé mirándole… cuanto puede decir una mirada en ciertos momentos.

Me agaché y lleve mis dedos a su boca, recorriendo sus labios aun húmedos por el agua que le había salpicado. En seguida la abrió para que los metiera dentro y tampoco tardé mucho en hacerlo y sentir su lengua recorriéndolos.

Su cara se estremeció al sentir en su cuerpo el líquido caliente que salía de mí, sus ojos se cerraron y su boca apretaba aun más los dedos que aun tenía dentro. Podía sentir como su respiración se aceleraba y como sus jadeos se abrían paso.

Cuando paré sus ojos se abrieron de par en par, parecían esperar más.  Nos miramos y cambiamos sonrisas. 

Volví a abrir el grifo, y de nuevo me aclaré. El seguía ahí echado, sin inmutarse y quién sabe si disfrutando.

Abrí la mampara, y a la vez que cogía la toalla para empezar a secarme le miré:

-        -  Tengo hambre, ¿vamos a cenar?.