2 sept 2020

Proyecto Albariño.


Una vez más al abrir aquella puerta ahí estaba él. Daba igual las veces que repita ese gesto, siempre tendría algo de mágico. 

Igual que su sonrisa, mezcla de ilusión y deseo. 

Cerrar esa puerta implica abrir otra diferente, una en la que sólo nosotros decidimos lo que va a pasar. 

Y en esa misma esquina como tantas otras veces, volvió a ser solo mío. Preparado para lo que pueda apetecerme, sin tener que abrir la boca para nada más que pronunciar un “Soy Suyo”, que siempre consigue que me estremezca. 

Las prisas hicieron que su ropa pronto estuviera tirada en el suelo y que aquel collar que había dejado en el mueble de la entrada estuviera colocado en su cuello… 

Miradas y sonrisas eran los únicos sonidos de aquella calurosa tarde.

Pero siempre hay algo diferente,  y en aquella ocasión además del collar había preparado un antifaz que colocar en sus ojos, antes de enganchar la correa a la argolla de su collar. 

Un simple tirón bastó para que me siguiera por aquel pasillo, que aunque no es nada largo a veces parece eterno. 

En la habitación, apoyado en esa pared que ya conocía esperaba a que comenzara a azotarle, sin ser consciente de todo lo que le rodeaba.

  • ¿Confías en mí?
  • Sí, Mi Dueña. 

Tenerle así de entregado ya es un placer, pero escuchar el sonido de mi fusta en sus nalgas y sus gemidos posteriores hacen que la ecuación sea perfecta. 

El calor llegó pronto, un azote tras otro, mezclándose con caricias y otro tipo de intensidad mutua. Perdimos la cuenta rápido pero seguíamos queriendo más…

Y así, envueltos en ese baile sádico me detuve un momento para mirarle desde cierta distancia:

De pié, su piel aun tensa por lo soportado, brillante por ese sudor que proporcionan las caricias más intensas, coloreada en algunas zonas que aun con la lejanía desprendían calor…

Se veía casi como una obra de arte a la que poder admirar. 

Me di la vuelta y le quité el antifaz a la otra persona que silenciosamente nos había acompañado en aquella velada.

Ella permanecía sentada en una silla, en una esquina de la habitación. Le hice un gesto para que se mantuviera callada y le di la mano para que se levantara y se acercara a Mi sumiso. 

Colocadas detrás de él, pase sus dedos por sus nalgas que aun palpitaban por los azotes recibidos. 

Una sonrisa tímida apareció en la cara de aquella sumisa que parecía tener la mirada perdida en un mar intenso. 

Regresé con ella a su silla, recordándole con un gesto que debía permanecer callada… y volví al lado de Mi sumiso, para abrazarle y devolverle un poco de todo lo que me da. 

Cuando su respiración se había relajado por completo, tiré de la correa que aun seguía unida a su collar para llevarle a otra silla, que tiempo antes había sido colocada estratégicamente… 

Coloqué unas muñequeras en sus manos para poder atarle a la silla y que permaneciera sentado. 

Mientras le miraba, totalmente inmóvil pero confiado le hice un gesto a aquella que esperaba su turno. Se levantó y fue hacia la pared donde poco antes había azotado a Mi sumiso. Diría que el deseo por vivir algo parecido la había llevado hasta allí sin que tuviera que decirle lo que quería. 

Me acerqué a ella levanté su falda enganchándola en la cintura para que no molestara y baje sus bragas hasta los tobillos. 

Apóyate en la pared, por favor. 

En aquel momento escuché detrás de nosotros una especie de suspiro de quien empezaba a entender lo que allí iba a pasar…


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