De nuevo os comparto una continuación escrita por mi sumiso el_siervo[AI].
Estoy segura de que la disfrutaréis tanto como yo.
Recorrimos a paso ligero los dos pasillos y la escalera que separaban el
aula de mi despacho. Mi Dueña avanzaba deprisa por las ganas de empezar el
juego, su acompañante por la curiosidad sobre lo que sucedería y yo, por qué
negarlo, porque sentía que todas las personas con las que nos cruzábamos se
fijaban en nosotros y especulaban acerca de adónde nos dirigíamos y con
qué finalidad. Aunque lo más probable, también hay que decirlo, es que nadie se
preocupara lo más mínimo por nosotros. Quizás sí hubo muchas personas que nos
vieran, pero seguramente no hubo ninguna que nos mirase.
Ya en mi despacho, la cosa cambió. Ahí sí había cuatro ojos fijamente clavados en mí. Los de mi Dueña escrutaban todos mis movimientos, observando qué hacía y, sobre todo, hurgando dentro de mí, averiguando cómo me sentía. Los de su acompañante, que era también su sumisa, estaban llenos de interrogantes y de atención. Por mi parte, aun sintiendo que esos cuatro ojos me atenazaban, traté de controlar mis nervios y pedí que me dieran los plugs.
Mi Dueña
ordenó a su sumisa que me los entregara y yo, al recibirlos, los deposité
cuidadosamente sobre la mesa. Después, mientras ambas se sentaban, me acerqué a
la cajonera de mi escritorio y saqué un tercer plug, que puse junto a los otros
dos. Mis movimientos eran tremendamente lentos y ceremoniosos, puesto que ponía
en ellos más atención de la necesaria como una forma de tratar de abstraerme de
la tensión que me provocaba saberme observado por aquel auditorio, tan reducido
pero importante para mí. Pude percibir la satisfacción de Mi Dueña y la
sorpresa de su sumisa al ver entrar en escena un tercer plug, pero una vez
estuvieron los tres sobre la mesa, sólo me quedaba ya una cosa por hacer. Y
como quien se quita una tirita, me lancé a hacerla de forma rápida y decidida:
en pocos segundos, me quité los zapatos, los pantalones y los calzoncillos.
Mi Dueña no
dijo ni una palabra, pero no hizo falta. Su mirada me indicó que seguía
sobrándome ropa, así que me desnudé por completo, no sin cierto rubor. Ella
conocía muy bien mi cuerpo, pero era la primera vez que estaba así frente a su
sumisa y, aunque había en ello algo muy estimulante, los nervios superaban aún
a la excitación. Y quizás la mejor forma de controlarlos fuera meterme en faena,
así que justo eso fue lo que hice.
Como Mi
Dueña ya había dicho, su sumisa y yo llevábamos mucho tiempo de "clases
teóricas", por llamar de algún modo a las charlas que habíamos tenido
sobre dilatación anal. Era una práctica que ella nunca había probado y yo, que
bajo la tutela de Mi Dueña había adquirido mucha experiencia, le estuve
explicando muchas cosas: las precauciones a tomar, las sensaciones que cabía
esperar, las mejores formas de prepararse... Traté de transmitirle en el plano
teórico todo cuanto yo había aprendido y ahora, según parecía, era el momento
de enseñárselo desde un punto de vista práctico.
Cogí los
tres plugs y me acosté en el suelo frente a ellas, levantando y abriendo las
piernas. Una posición que suponía una exhibición humillante (deliciosamente
humillante) pero que, a efectos prácticos, les ofrecía la mejor visión del
acceso de mi culo, que era lo que interesaba que vieran. Sin decir ni una sola
palabra, Mi Dueña me tiró tres preservativos, que impactaron en mi cuerpo y
cayeron después al suelo. Los recogí y los puse en los plugs. En el primero,
que era de color rosa y muy delgadito, sobraba preservativo por todas partes,
haciéndose bolsas; en el segundo, que era en realidad un consolador que
reproducía con todo detalle una polla de tamaño medio (aunque yo lo llamara
plug por el uso al que lo destinaba), el preservativo encajó perfectamente; en
el tercero, que era negro y reluciente, tremendamente ancho, tuve que emplearme
a fondo para que el preservativo alcanzara a abrirse bien a la hora de
cubrirlo, pero lo acabé consiguiendo y, ciertamente, ver cómo se tensaba el
látex me permitía intuir qué efecto provocaría aquella masa de goma cuando
estuviera dentro de mí.
Dirigiéndome a la sumisa, hice algunos comentarios acerca de la forma de lubricar el plug y del modo de introducírselo. Eran cosas de las que ya habíamos hablado pero que, en esta ocasión, venían acompañadas de una exhibición práctica, en vivo y en directo, que ella seguía con unos ojos como platos. Separé los plugs de la cadenita y me metí el pequeño en el culo con total facilidad, como era previsible, y me levanté. Di unas cuantas vueltas por el despacho mientras explicaba lo adecuado que resultaba ese diminuto plug para llevarlo a todas horas, puesto que se podía caminar perfectamente con él y hacer cualquiera de las cosas propias de nuestra vida cotidiana, sin que aquella presencia la alterase para nada.
Volví a
echarme en el suelo frente a ellas y me despedí del plug rosa, puesto que era
el turno del siguiente. Le tocaba ahora al mediano, el realístico. Su entrada
provocó algo más que las cosquillas del primero pero, aun así, entró también
sin demasiada dificultad. De hecho, yo mismo alargué más de lo necesario esa
entrada, para que mi público la disfrutara mejor. Pero ese plug y yo tenemos
una relación muy especial y nos conocemos a la perfección, como quedó claro con
el baile de entradas y salidas que regalé a los ojos que me observaban y que,
por qué no decirlo, me regalé también a mí mismo. Porque como le expliqué a la
sumisa con la voz entrecortada, estaba sintiendo mucho placer.
Pero era ya el momento del tercero. Ahí no habría placer o, de haberlo, sería distinto. Sería en todo caso un placer mental, porque en lo físico, lo que estaba por venir era una mezcla de incomodidad y de cierto dolor. Lubriqué muy bien el plug grande, con lo que se ponía más reluciente y casi que más amenazante todavía, y lo acerqué a mi culo. Costaba mucho que entrara y, de hecho, sabía que no conseguiría introducirlo estando en esa posición, pero quería que la sumisa lo viera, para que comprendiera precisamente que era necesario buscar la mejor posición cuando se veía que una no permitía alcanzar el objetivo. Se lo expliqué y, acto seguido, planté el plug en el suelo, preparándolo para un nuevo intento.
En esta ocasión, me puse en cuclillas sobre él y, separando mis nalgas con las
manos, me fui sentando sobre aquel maldito instrumento, sintiendo cómo iba
abriéndose paso a medida que yo me dejaba caer. Toda la cadencia del movimiento
fue cuidadosa pero, aun así, el momento final en que se acomodó dentro de mí no
estuvo exento de cierta violencia. Y aunque al tenerlo ya completamente dentro
la situación se estabilizó, era como si el plug tuviera vida propia y luchara
por expandirse, abriéndome cada vez más, avanzando como una tuneladora que iba
directa de mi culo a mi cerebro. Mi Dueña sonreía con satisfacción, su
sumisa me miraba con cara de circunstancias y yo, que apenas podía hablar,
mantenía mi lucha con aquel titán de goma.
Pasamos así
unos cuantos minutos, hasta que Mi Dueña tomó las riendas de la situación y me
ordenó (o autorizó) sacarme el plug. Siguiendo sus instrucciones cambié los
preservativos de los tres plugs y, mientras lo hacía, ella ordenó a su sumisa
que se quitara toda la ropa de cintura para abajo. Ella obedeció y pronto tuve
ante mí un culo de una redondez preciosa, que me quedé contemplando casi
absorto, aunque pronto la voz de Mi Dueña me devolvió a la realidad.
-¿Qué miras, sumiso?
Me ruboricé
de inmediato, sintiéndome pillado in fraganti, lo cual provocó en Mi Dueña unas
sonoras carcajadas.
-Ahora será el turno de ese culo, pero antes hay que terminar con el tuyo.
Esto me
descolocó por completo y me temí lo peor cuando Mi Dueña puso la mano en su
bolso. ¿Qué sorpresa me tendría preparada?, ¿algún nuevo plug que dejara en
nada al titán? Pero no tardé en descubrir que mis miedos eran infundados,
puesto que lo único que sacó del bolso era un pequeño huevo vibrador. Una
amenaza menor, teniendo en cuenta lo que podría haber sido.
Siguiendo
sus instrucciones, me metí el huevo en el culo y me vestí por completo, en lo
que de nuevo me sorprendió. Sin duda, me parecía mucho más natural que los dos
sumisos estuviéramos desnudos, aunque el hecho de estar yo vestido realzaba el
impacto de la desnudez de mi compañera, como si toda la luz del despacho se
concentrara en su cuerpo ofrecido y en su piel expectante. En esas nalgas
dispuestas para la verdadera clase práctica y que, de nuevo, me había quedado
mirando.
La rápida e
intensa vibración que sentí en el culo me sacó de esta nueva abstracción. Mi
Dueña, que sonreía satisfecha con el mando en su mano, ordenó a la sumisa que
se pusiera a cuatro patas y me ordenó a mí poner los tres plugs en el suelo,
justo detrás de ese culo que acababa de quedar totalmente expuesto, preparado
para el juego.
-Gracias, sumiso. Ahora ya puedes salir, que esto me apetece hacerlo a solas. Tú puedes esperarnos afuera, frente a la puerta. Pero no te preocupes -dijo mientras agitaba frente a mis ojos el mando que tenía en su mano-, si te necesito, ya te avisaré.
0 comentarios:
Publicar un comentario