7 abr 2021

La Clase Práctica.

De nuevo os comparto una continuación escrita por mi sumiso el_siervo[AI].

Estoy segura de que la disfrutaréis tanto como yo.

La primera parte.  

 

Recorrimos a paso ligero los dos pasillos y la escalera que separaban el aula de mi despacho. Mi Dueña avanzaba deprisa por las ganas de empezar el juego, su acompañante por la curiosidad sobre lo que sucedería y yo, por qué negarlo, porque sentía que todas las personas con las que nos cruzábamos se fijaban en nosotros y especulaban acerca de  adónde nos dirigíamos y con qué finalidad. Aunque lo más probable, también hay que decirlo, es que nadie se preocupara lo más mínimo por nosotros. Quizás sí hubo muchas personas que nos vieran, pero seguramente no hubo ninguna que nos mirase.

Ya en mi despacho, la cosa cambió. Ahí sí había cuatro ojos fijamente clavados en mí. Los de mi Dueña escrutaban todos mis movimientos, observando qué hacía y, sobre todo, hurgando dentro de mí, averiguando cómo me sentía. Los de su acompañante, que era también su sumisa, estaban llenos de interrogantes y de atención. Por mi parte, aun sintiendo que esos cuatro ojos me atenazaban, traté de controlar mis nervios y pedí que me dieran los plugs.

 Mi Dueña ordenó a su sumisa que me los entregara y yo, al recibirlos, los deposité cuidadosamente sobre la mesa. Después, mientras ambas se sentaban, me acerqué a la cajonera de mi escritorio y saqué un tercer plug, que puse junto a los otros dos. Mis movimientos eran tremendamente lentos y ceremoniosos, puesto que ponía en ellos más atención de la necesaria como una forma de tratar de abstraerme de la tensión que me provocaba saberme observado por aquel auditorio, tan reducido pero importante para mí. Pude percibir la satisfacción de Mi Dueña y la sorpresa de su sumisa al ver entrar en escena un tercer plug, pero una vez estuvieron los tres sobre la mesa, sólo me quedaba ya una cosa por hacer. Y como quien se quita una tirita, me lancé a hacerla de forma rápida y decidida: en pocos segundos, me quité los zapatos, los pantalones y los calzoncillos.

Mi Dueña no dijo ni una palabra, pero no hizo falta. Su mirada me indicó que seguía sobrándome ropa, así que me desnudé por completo, no sin cierto rubor. Ella conocía muy bien mi cuerpo, pero era la primera vez que estaba así frente a su sumisa y, aunque había en ello algo muy estimulante, los nervios superaban aún a la excitación. Y quizás la mejor forma de controlarlos fuera meterme en faena, así que justo eso fue lo que hice.

Como Mi Dueña ya había dicho, su sumisa y yo llevábamos mucho tiempo de "clases teóricas", por llamar de algún modo a las charlas que habíamos tenido sobre dilatación anal. Era una práctica que ella nunca había probado y yo, que bajo la tutela de Mi Dueña había adquirido mucha experiencia, le estuve explicando muchas cosas: las precauciones a tomar, las sensaciones que cabía esperar, las mejores formas de prepararse... Traté de transmitirle en el plano teórico todo cuanto yo había aprendido y ahora, según parecía, era el momento de enseñárselo desde un punto de vista práctico.

Cogí los tres plugs y me acosté en el suelo frente a ellas, levantando y abriendo las piernas. Una posición que suponía una exhibición humillante (deliciosamente humillante) pero que, a efectos prácticos, les ofrecía la mejor visión del acceso de mi culo, que era lo que interesaba que vieran. Sin decir ni una sola palabra, Mi Dueña me tiró tres preservativos, que impactaron en mi cuerpo y cayeron después al suelo. Los recogí y los puse en los plugs. En el primero, que era de color rosa y muy delgadito, sobraba preservativo por todas partes, haciéndose bolsas; en el segundo, que era en realidad un consolador que reproducía con todo detalle una polla de tamaño medio (aunque yo lo llamara plug por el uso al que lo destinaba), el preservativo encajó perfectamente; en el tercero, que era negro y reluciente, tremendamente ancho, tuve que emplearme a fondo para que el preservativo alcanzara a abrirse bien a la hora de cubrirlo, pero lo acabé consiguiendo y, ciertamente, ver cómo se tensaba el látex me permitía intuir qué efecto provocaría aquella masa de goma cuando estuviera dentro de mí.

Dirigiéndome a la sumisa, hice algunos comentarios acerca de la forma de lubricar el plug y del modo de introducírselo. Eran cosas de las que ya habíamos hablado pero que, en esta ocasión, venían acompañadas de una exhibición práctica, en vivo y en directo, que ella seguía con unos ojos como platos. Separé los plugs de la cadenita y me metí el pequeño en el culo con total facilidad, como era previsible, y me levanté. Di unas cuantas vueltas por el despacho mientras explicaba lo adecuado que resultaba ese diminuto plug para llevarlo a todas horas, puesto que se podía caminar perfectamente con él y hacer cualquiera de las cosas propias de nuestra vida cotidiana, sin que aquella presencia la alterase para nada. 



Volví a echarme en el suelo frente a ellas y me despedí del plug rosa, puesto que era el turno del siguiente. Le tocaba ahora al mediano, el realístico. Su entrada provocó algo más que las cosquillas del primero pero, aun así, entró también sin demasiada dificultad. De hecho, yo mismo alargué más de lo necesario esa entrada, para que mi público la disfrutara mejor. Pero ese plug y yo tenemos una relación muy especial y nos conocemos a la perfección, como quedó claro con el baile de entradas y salidas que regalé a los ojos que me observaban y que, por qué no decirlo, me regalé también a mí mismo. Porque como le expliqué a la sumisa con la voz entrecortada, estaba sintiendo mucho placer.

Pero era ya el momento del tercero. Ahí no habría placer o, de haberlo, sería distinto. Sería en todo caso un placer mental, porque en lo físico, lo que estaba por venir era una mezcla de incomodidad y de cierto dolor. Lubriqué muy bien el plug grande, con lo que se ponía más reluciente y casi que más amenazante todavía, y lo acerqué a mi culo. Costaba mucho que entrara y, de hecho, sabía que no conseguiría introducirlo estando en esa posición, pero quería que la sumisa lo viera, para que comprendiera precisamente que era necesario buscar la mejor posición cuando se veía que una no permitía alcanzar el objetivo. Se lo expliqué y, acto seguido, planté el plug en el suelo, preparándolo para un nuevo intento.


En esta ocasión, me puse en cuclillas sobre él y, separando mis nalgas con las manos, me fui sentando sobre aquel maldito instrumento, sintiendo cómo iba abriéndose paso a medida que yo me dejaba caer. Toda la cadencia del movimiento fue cuidadosa pero, aun así, el momento final en que se acomodó dentro de mí no estuvo exento de cierta violencia. Y aunque al tenerlo ya completamente dentro la situación se estabilizó, era como si el plug tuviera vida propia y luchara por expandirse, abriéndome cada vez más, avanzando como una tuneladora que iba directa de mi culo a mi cerebro. Mi Dueña sonreía con satisfacción, su sumisa me miraba con cara de circunstancias y yo, que apenas podía hablar, mantenía mi lucha con aquel titán de goma. 

Pasamos así unos cuantos minutos, hasta que Mi Dueña tomó las riendas de la situación y me ordenó (o autorizó) sacarme el plug. Siguiendo sus instrucciones cambié los preservativos de los tres plugs y, mientras lo hacía, ella ordenó a su sumisa que se quitara toda la ropa de cintura para abajo. Ella obedeció y pronto tuve ante mí un culo de una redondez preciosa, que me quedé contemplando casi absorto, aunque pronto la voz de Mi Dueña me devolvió a la realidad.

-¿Qué miras, sumiso?

Me ruboricé de inmediato, sintiéndome pillado in fraganti, lo cual provocó en Mi Dueña unas sonoras carcajadas.

-Ahora será el turno de ese culo, pero antes hay que terminar con el tuyo.

Esto me descolocó por completo y me temí lo peor cuando Mi Dueña puso la mano en su bolso. ¿Qué sorpresa me tendría preparada?, ¿algún nuevo plug que dejara en nada al titán? Pero no tardé en descubrir que mis miedos eran infundados, puesto que lo único que sacó del bolso era un pequeño huevo vibrador. Una amenaza menor, teniendo en cuenta lo que podría haber sido.

Siguiendo sus instrucciones, me metí el huevo en el culo y me vestí por completo, en lo que de nuevo me sorprendió. Sin duda, me parecía mucho más natural que los dos sumisos estuviéramos desnudos, aunque el hecho de estar yo vestido realzaba el impacto de la desnudez de mi compañera, como si toda la luz del despacho se concentrara en su cuerpo ofrecido y en su piel expectante. En esas nalgas dispuestas para la verdadera clase práctica y que, de nuevo, me había quedado mirando.

La rápida e intensa vibración que sentí en el culo me sacó de esta nueva abstracción. Mi Dueña, que sonreía satisfecha con el mando en su mano, ordenó a la sumisa que se pusiera a cuatro patas y me ordenó a mí poner los tres plugs en el suelo, justo detrás de ese culo que acababa de quedar totalmente expuesto, preparado para el juego.

-Gracias, sumiso. Ahora ya puedes salir, que esto me apetece hacerlo a solas. Tú puedes esperarnos afuera, frente a la puerta. Pero no te preocupes -dijo mientras agitaba frente a mis ojos el mando que tenía en su mano-, si te necesito, ya te avisaré.


0 comentarios:

Publicar un comentario