y
2ª Parte
Mientras estabas
atado al árbol, me senté a disfrutar de la comida que habías preparado.
Podía observarte intentado girar la cabeza para ver que
hacía, si me movía o no.
Era divertido escuchar algún gruñido cuando la corteza de
aquel árbol te arañaba el torso.
Dejé que pasara el tiempo, siendo plenamente consciente de
que cada minuto que pasaba te ponía aun más nervioso. No tanto por lo que
pudiera pasar, si no por si algún excursionista despistado apareciera de
repente.
Me acerqué con uno de esos deliciosos sándwiches
que con tanto mimo habías incluido en la comida de aquel día…
- -
¿Tienes hambre?
- -
Sí, Mi Dueña.
Lo acerqué a tu boca y antes de que le
dieras un bocado, lo retiré para darle yo un pequeño mordisco…
Sin duda, el tiempo que llevábamos juntos
hacía que con una mirada nos dijéramos muchas cosas y en ese momento, la tuya
decía algo que no te atrevías a vocalizar… Pero siempre me ha gustado que
pienses que soy un poco bruja.
Posé el
sándwich en la mesa, en cuanto abrí la cremallera de la bolsa giraste el cuello
intentando ver que salía de ella… pero ya había sido colocada estratégicamente
para que no vieras nada. Aun así, no pude evitar reírme al ver tu gesto
parecido al de la niña del exorcista.
Saqué las
pinzas de cocodrilo, aquellas que habíamos comprado hace poco y que tanto
respeto te daban. Me acerqué y te las
coloqué en los pezones después de darte algún pellizco en ellos para que se
pusieran duros.
-
- Me encanta verte sufrir
Volví a la bolsa y esta vez
saqué unas tobilleras, que rápidamente te coloqué y usé junto con una cadena
para dejarte totalmente inmovilizado, atado y pegado a aquel árbol.
Me acerqué por detrás… y
mientras te arañaba suavemente la espalda, te susurré:
-
- ¿Tenías ganas de venir a comer conmigo?
- -
Sí, Mi Dueña.
-
Que fácil me lo pones siempre….
Regresé a la mesa… saqué un
paquete de cigarrillos de mi bolso y encendí uno. Desde la poca distancia que
nos separaba pude escuchar como suspirabas y volví a sonreír.
-
- Abre la boca.
E inmediatamente obedeciste.
Dejé caer un poco de la ceniza del aquel cigarro… y mirándote a los ojos
observé como cerrabas la boca y tragabas, no con poca cara de asco.
- -
¿Y bien?
- -
Gracias, Mi Dueña.
Me volví a la mesa y apagué
el cigarro. Y no pude evitar ver que en la bolsa que habías traído para nuestra
comida, había una tabla de pvc, pequeña… de esas para cortar… Quién sabe si habías imaginado otro uso… pero
yo se lo iba a dar.
No tardé mucho en empezar a
colorear tu trasero, con aquella “palmeta” improvisada era fácil y rápido
hacerlo. En seguida tus gemidos se
hacían más intensos… No sé si tanto por
los azotes o por el roce de las pinzas con el árbol cada vez que aquella tabla
acariciaba tu trasero.
Cuando tuve suficiente, al
menos para alimentar esa hambre sádica que me caracteriza… Me quedé cerca, observando cómo tu piel
dejaba de temblar, como poco a poco volvía a calmarse. Notando como tu
respiración volvía a controlarse….
Y fue en aquel momento cuando te desaté de
aquel árbol y sonriéndote te libré de tobilleras y muñequeras…
Me acerqué de nuevo a tu
oreja para susurrarte:
-
- Sólo un poco más.
Y dirigiendo mis manos a las
pinzas que aun atrapaban tus pezones, las quité al mismo tiempo…
En ese momento no pudiste
evitar abrazarte a mí, y hundir tu cabeza en mi hombro, intentando recuperar el
aliento…
De nuevo tu respiración se
había acelerado, y cada musculo de tu cuerpo estaba en tensión.
Así nos quedamos, abrazados,
hasta que te habías relajado por completo…..
-
- Y ahora… ¿Sigues teniendo hambre?.
1 comentarios:
Desde luego la situación es para ponerse nervioso a cada paso... y quedarse sin hambre. Muy buena la historia y nunca había pensado en los múltiples usos de una bandeja de pvc jajaja :).
Publicar un comentario